Víctor López Rache


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Bio/biblio

VÍCTOR LÓPEZ RACHE. (Toca, Boyacá, Colombia, 1959)

Abandonó la carrera de Economía para dedicarse al estudio y la creación literaria. Sueños adelante, selección poética, 2009. Sin espejos, Premio Nacional de Poesía Imaginación para un nuevo milenio, 2000. La casa, premio nacional de poesía Ciudad de Bogotá, 1992. Otra orilla de luz, 1985. También obtuvo en 1990 el premio de poesía Universidad Externado de Colombia. En 1988 fue finalista en el IV concurso nacional de cuento Francis A. Newall y en 1987 en el II concurso latinoamericano de cuento Ciudad de Florencia. Poemas suyos han sido incluidos en distintas antologías. Fue comentarista de libros en el Magazín Dominical y, entre otros prólogos, son conocidos los de Carlos Obregón y Madame Bovary. Escribe ensayo y su trabajo habitual es en prosa.


(Poética) ¿Dónde está un Teógrafo para develar la poesía?

El exceso de claridad en dimensiones distintas a las de los sueños, me alienta a seguir insistiendo en la enseñanza que nos dejó el remoto trasgresor de la visión autorizada: invocar en la poesía la posibilidad del misterio.

Prefiero las rarezas de los dormidos a las hazañas de los despiertos. Y el paraíso me da la razón. Su solitario predilecto se quedó dormido, perdió la gracia divina de la desnudez y, para siempre, el ocio natural; pero ganó la disculpa de la alegría, la contradicción y la voluptuosidad.
Los conflictos soñados no han dejado un solo muerto. Si son de una gravedad insuperable, uno puede escapar en el instante de la tragedia, sin quedarle debiendo la vida y la conciencia a vigías y salvadores.

En el mundo onírico nada es ilusorio y todo es verdad. Sus adictos poco entendemos de valores sobrehumanos y nunca transitamos escenarios aparentes. Tampoco pedimos Teógrafos para develar los mundos ocultos tras los agujeros de tanta nitidez, cuando la ciencia ni siquiera ha ideado un artefacto para medir el peso de los sueños.

Las páginas preferidas también las releo en sueños. Por eso mi sensibilidad se inclina ante aquellos autores que ayer se esforzaron para que sus obras fueran soñadas y no escasamente leídas. Pensando en mis amigos, quisiera tener la misma suerte, al menos, con medio verso de los que, por ahora, admite la balanza de los sueños.

Víctor López Rache
El Prado, 2006


Poemas


Nuestro hijo

Hijo mío
mírame con tus ojos felices,
Kafka no pudo hacerlo con su padre.
Mira el susto de mis borradores
y olvida el artificio de los sutiles que han diseñado mi suicidio.
Mírame siempre;
antes de nacer me perseguiste
y en el instante de soltar a tu corazón la flecha
desperté y supe la atroz noticia:
con harina
los sabios han logrado producir materia para misiles
y con imágenes
cruces más hirientes que la cruz en la que aún gime Cristo.
Hijo mío,
si la autonomía del artefacto te va a transformar en el enfermo
que sonriendo avanza hacía el vacío
desobedece
y despídeme con tus ojos
antes que el fluorescente te llame a juicio.
Y donde vayas
lleva en tu corazón a Kafka,
es el recuerdo del poeta en un día de trasteo
en esta ciudad donde nadie cesa de vivir huyendo;
pero con tus ojos felices anda en la aventura
baila
bebe
y estrecha a la mujer como una llama dentro de otra llama,
el Kafka que tanto amas, no pudo hacerlo.
Mientras resisto el suicidio impuesto por el corazón ajeno,
hijo mío,
mira al fugitivo que ha venido a refugiarse en mí.
Y como Kafka
nunca dejes de mirar los misterios ocultos en tu entorno.

(De: Sin espejos)

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Esperarla huyendo

Es ella.
Su paso de lento anochecer ilumina
la íntima escalera de mi refugio.
Cómo ocultaré la sed,
la vergüenza de esperarla huyendo.
Nada me servirá intentar una máxima;
su sonrisa atará mi voz
con un hilo de arena.
La he inventado durante largos años,
y sus senos en permanente vuelo
ya cruzarán la oscuridad de mi puerta.
No puedo huir ni negar mi existencia;
la ternura de su piel de fuego,
antes de apagar la cerilla del amor,
hará un mármol
con el temblor de mis deseos.
Es ella.
Su belleza es una catástrofe.

(De: La casa)

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De Intruso en Bogotá

Revelaba la edad del viejo mono del zoológico
y, quizá, balbuceaba ecos de fósil tímido.
Las ruedas de los autos le arrebataban el movimiento
y elevaba medio ojo
para no caer en el vértigo de virtuales monstruos.
No sabía respirar
y la atmósfera de Bogotá olía a flores de petróleo.
Su espalda asustadiza revelaba la falta de una miga de fantasía
y, según las coyunturas rectas,
la iglesia no lo había invitado a alcanzar la perfección
retrocediendo de rodillas.
La lente de un científico lo habría arrojado a las uñas de niños especiales
y, en el exhibicionismo de las naciones,
aparecería como La Mascota de la Solidaridad.
La llovizna caía como en épocas del eslabón perdido
y, temeroso,
en la mitad de la loca autopista
El Intruso seguía sin poder imitar las vueltas del mundo.

(De: Sueños adelante)

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