Felipe Martínez Pinzón



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Bio/biblio

Felipe Martínez Pinzón nació en Cedritos, Bogotá, Colombia, en 1980. Actualmente cursa estudios de literatura en la Universidad de Nueva York (NYU). Sus poemas han aparecido en las revistas "Vuelta de Tuerca", "Noventaynueve" y en las antologías "El amplio jardín: poesía joven de Colombia y Uruguay" (2005) y "Doce poetas colombianos" (1970-1981) (Mexico, 2007) y "Poetas bogotanos" (Bogotá, 2009). Ha publicado un primer libro de poemas que se titula "Sólo queda gritar" (2006) y un ensayo crítico -"La mejor bomba es el libro" (2005)- sobre la novela "El maestro y Margarita" de Mijaíl Bulgákov. Prepara un nuevo libro, tentativamente titulado "Demoliciones" (Lima, 2009).

Blog del autor:
La Imprenta Enterrada


Poética

Hay un soneto de Rilke que se llama “Torso arcaico de Apolo”. El poeta ve en la estatua derruida del dios, a la que le falta el rostro, la luz de sus ojos inexistentes. La mirada del poeta se desplaza a lo destruido, a lo que estuvo una vez y ya ha quedado demolido, aplazado por el tiempo. Ese es el glorioso fracaso que le da su poder al arte: ver con nitidez lo que falta, completar el palacio a partir de sus ruinas. Apolo descabezado mira al poeta cuando es él mismo quien se ve reflejado en el torso iluminado. Rilke lo sabe y nos lo dice cuando escribe la sentencia que silenciosa le dicta la estatua: “debes cambiar tu vida”.


Poemas


La lectura (muy a lo siglo XIX)

Abre las manos bajo estas hojas, sostén
el poema como una vasija de madera,
húmeda y delgada. Ahora bebe.
No dejes regar esta agua,
llévatela fina a la boca,
siéntela adelgazar
bajo tus ojos:
recuerda la
bendición
de haber
tenido
sed.

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Último deseo

Si me muriera ahora, ya mismo,
caer del asiento en el que escribo esta palabra,
venirme abajo al golpe de tres sílabas, con mis 26 mayos,
al piso, con el despojo ‘palabra’ entre los dedos, irónico
el mundo que es catre de reyes en la muerte, o, siempre,
hedor del millonario que ya no es dueño de su cuerpo,
ni de sus millones, ¡qué decir de sus esfínteres!

Si me muriera ahora y recibiera en la cara,
fulminante, un mortal golpe de destino
sentado como estoy sobre las patas de la silla,
ahogado del corazón, pantallazo negro en la memoria,
un viento malo que serruche mis costillas,
me gustaría hacerlo con el despojo ‘palabra’
entre los dedos fríos, marcar la ‘a’ última
como del dolor la muerte
que grita antes de coser su boca.
Caería al piso, si me lo permiten,
con las manos abiertas sobre el piso,
los dedos expuestos,
los dulces jardines de las huellas dactilares,
sus circunloquios de acuosa geometría y allí,
en ese laberinto que es todo lo que queda de mi nombre,
la sombra de la pulsación última que quiso ser ‘palabra’.

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El sol de Cedritos

Busco una silla, mi espacio: este fue mi reino.
Presto mis piernas, los brazos, olvido mis ojos
para que el sol cumpla su sonido lejanísimo y venga a hacer su música,
dé con su martillo quemado otra vez la nota precisa de mi infancia.
Las calles de mi barrio son de puro espacio mecido, árboles de torrente,
huracanes tiernos, sombras de animales que arrastran sus melenas
por donde el sol desmorona sus semillas, sus sedas,
recavando de la tierra el olor de almohada de los jardines.

Digo, -dormido y de luz prendida por el cuerpo, los parpados placidos de viento-
que soy esta vida submarina de mi montaña y quiero ser digno de su luz
de duna verde que moldea con semi-sombras, claroscuros,
mallas de sol moteado, los parques ocre que el musgo de los pinos moja
como a un delicioso octopus vegetal que nos comulga su horizonte compartido,
nos entrega sus hojas por el piso para perdernos, pisando sus huellas-de-ninguna-parte.

Es la hora puntual y digo bostezando un imperial sol lucet omnibus.
!Ah, Martes domésticos de mi barrio a las diez de la mañana!
donde reír con los sauces japoneses sus bizarros paisajes de pocillo,
extrañarme con el monte de bruma y pensarlo frontera de otra ciudad prohibida,
ver los túneles de pino y sauco blanco donde el viento olvida las esquinas,
vence los muros para comer migajas en nuestras manos,
y se pasea por nuestros cuerpos con sus yemas sin historia y de plumas,
para hacernos otra vez secreto el tiempo secreto del olvido: la infancia recobrada.

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Sísifo en el baño


A Eduardo Mitre

Primer ritual del día: Amanece.
Aún somos de la noche, su greda todavía,
recobramos las facciones, alfareros de nosotros mismos,
el día nos libera las manos para rehacer los rostros.
Apartamos de los ojos el aserrín del olvido, su tibieza,
la dulce mortaja de la almohada, su huella,
y frente al espejo, adivinos adivinados,
nos tomamos del nacimiento para aflojar,
desde la cintura,
el turbio material de los sueños,
bendita,
lenta agua del entendimiento,
su ruido nos despierta a nosotros mismos,
nos emblanquece la mirada
para ver en las espumas
al lunes ciudadano, su temible magisterio,
por el que navegamos, mareados.

Adentro de todos los santos días, nuestro cuerpo,
y afuera también del mismo
este otro día más nos envuelve, severo.

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